--No, monseñor; las visitas no son comunes en la Bastilla.
--¡Ah! ¿son raras las visitas?
--Rarísimas.
--¿Aun de parte de vuestra sociedad?
--¿A qué llamáis vos mi sociedad? ¿a mis presos?
--No, entiendo por vuestra sociedad la de que vos formáis parte.
--En la actualidad es muy reducida para mí --contestó el gobernador
después de haber mirado fijamente
a Aramis, y como si no hubiera sido imposible lo que por un instante había
supuesto. --Si queréis que os
hable con franqueza, señor de Herblay, por lo común, la estancia
en la Bastilla es triste y fastidiosa para los
hombres de mundo. En cuanto a las damas, apenas vienen, y aun con terror no
logro calmar. ¿Y como no
temblarían de los pies a la cabeza al ver esas tristes torres, y al pensar
que están habitadas por desventura-
dos presos que...?
Y a Baisemeaux se le iba trabando la lengua, y calló.
--No me comprendéis, mi buen amigo -- repuso el prelado.
--No me refiero a la sociedad en general, sino a la sociedad a que estáis
afiliado.
--¿Afiliado? --dijo el gobernador, a quien por poco se le cae el vaso
de moscatel que iba a llevarse a los
labios.
--Sí --replicó Aramis con la mayor impasibilidad. --¿No
sois individuo de una sociedad secreta?
--¿Secreta?
--O misteriosa.
--¡Oh! ¡señor de Herblay!...
--No lo neguéis...
--Podéis creer...
--Creo lo que sé.
--Os lo juro...
--Como yo afirmo y vos negáis --repuso Aramis, --uno de los dos está
en lo cierto. Pronto averiguare-
mos quién tiene razón.
--Vamos a ver.
--Bebeos vuestro vaso de moscatel. Pero ¡qué cara ponéis!
--No, monseñor.
--Pues bebed.
Baisemeaux bebió, pero atragantándose.
--Pues bien --repuso Aramis, --si no formáis parte de una sociedad secreta,
o misteriosa, como querais
llamarla, no comprenderéis palabra de cuanto voy a deciros.
--Tenedlo por seguro.
--Muy bien.
--Y si no, probadlo.
--A eso voy. Si, al contrario, pertenecéis a la sociedad a que quiero
referirme, vais a responderme inme-
diatamente sí o no.
--Preguntad --repuso Baisemeaux temblando.
--Porque, --prosiguió con la misma impasibilidad Aramis, --es evidente
que uno no puede formar parte
de una sociedad ni gozar de las ventajas que la sociedad ofrece a los afiliados,
sin que estos estén indivi-
dualmente sujetos a algunas pequeñas servidumbres.
--En efecto --tartamudeó Baisemeaux, --eso se concebiría, si...
--Pues bien, en la sociedad de que os he hablado, y de la cual, por lo que se
ve no formáis parte, existe...
--Sin embargo --repuso el gobernador, --yo no quiero decir en absoluto...
--Existe un compromiso contraído por todos los gobernadores y capitanes
de fortaleza afiliados a la or-
den.
Baisemeaux palideció.
--El compromiso --continúo Aramis con voz firme, --helo aquí.
--Veamos...
Aramis dijo, o más bien recitó el párrafo siguiente, con
la misma voz que si hubiese leído un libro:
Cuando lo reclamen las circunstancias y a petición del preso, el
mencionando capitán o gobernador de
fortaleza permitirá la entrada a un confesor afiliado a la orden.
Daba lástima ver a Baisemeaux; de tal suerte temblaba y tal era su palidez.
--¿No es ese el texto del compromiso? --prosiguió tranquilamente
Herblay.
--Monseñor...
--Parece que empieza a aclararse vuestra mente.
--Monseñor --dijo Baisemeaux, --no os burléis de la pobreza de
mi inteligencia; yo ya sé que en lucha
con la vuestra, la mía nada vale si os proponéis arrancarme los
secretos de mi administración.
--Desengañaos, señor de Baisemeaux; no tiro a los secretos de
vuestra administración, sino a los de
vuestra conciencia.
--Concedo que sean de mi conciencia, señor de Herblay; pero tened en
cuenta mi situación.
--No es común si estáis afiliado a esa sociedad --prosiguió
el inflexible Herblay; --pero si estáis libre
de todo compromiso, si no tenéis que responder más que al rey,
no puede ser más natural.
--Pues bien, señor de Herblay, no obedezco más que al rey, porque
¿a quién sino al rey debe obedecer
un caballero francés?
--Grato, muy grato es para un prelado de Francia --repuso Aramis con voz suavísima,
--oír expresarse
con tanta lealtad a un hombre de vuestro valer.